Una furtiva lágrina
Isaías Peña Gutiérrez
“… otro silencio
impulsa el corazón hacia la gota…”
Los cuatro elementos, Manuel Hernández
El niño corre sobre la sabana sin ningún abrigo, desnudo, feliz. Se ha escapado de los padres que, ahora, preparan el café con leche y los dos panes de yuca, el desayuno. De pronto, tropieza y cae sobre la yerba entrapada por el rocío de la mañana. Rueda por los montículos, se viste de agua, y con sus manos y sus pies juega con ella.
En la tarde que comienza, con el sol que se mete por la puerta, llega a su casa cansado. Bota su camisa en el espaldar del asiento de madera, se acomoda en la mecedora y le pide a su mujer un vaso de agua. Ella le trae, en su lugar, un vaso de tamarindo bien frío. Pero antes le pasa a la mano un bloquecito de hielo. Él lo suspende a cuarta y media de su boca abierta y espera que se desgaje una gota fría. Cae. Lo invade.
El olor se ha extendido por las calles de la ciudad. La niña va a la tienda con la cara envuelta en un pañuelo. También su hermanito. Otros se ponen unas máscaras blancas, parecen todos enfermeros. El olor putrefacto penetra casas y edificios. La radio amenaza con la peste. Se llenan las iglesias, no más sequía, gritan los creyentes; los ateos se encierran en sus casas. La señora del piso 37 no sale hace tres meses. El olor se pega en las paredes y en el sueño se convierte en un celofán que los ahoga a todos. De pronto, la niña que desfallece, sorprendida por el ruido que ha escuchado en la azotea, le pregunta a su mamá:
-¿Qué sonó?
-¡Una gota! ¡Una gota de agua! ¡Ya viene el aguacero! –contesta ella, la imagen renaciendo en la memoria seca.
Se ha quedado mirando la punta del bisturí con que lo han picado. Le han dicho que con ese examen podrán saber si padece o no de diabetes. Y él le ha preguntado a la enfermera si con una sola gota basta.
-Con una gota –repite ella.
Y él no piensa que sin esa única y sola gota, jamás sabrían diagnosticar la causa de su muerte.
Levanta la botella contra su garganta, la frota en medio de las carcajadas de sus amigos, dice, casi ahogándose, unos refranes que ritualizan la posible caída de la última gota de licor, y espera un instante. La luz del amanecer atraviesa los ventanales. Se cuela por el vidrio de la botella. La gota no aparece.
Castilla/Bavaria, febrero de 2008
Me ha encantado esa ilustración en donde las parejas se desnudan para participar en una orgi piñata literaria quizas, en un bar nudista tipo europeo. Desafortunadamente el clima de Bogotá no se presta para un evento de o para liberación de miedos y tabues, exorcizados por medio de versos y pinturas sobre los cuerpos. Creo que vale la pena lanzarle una propuesta a la asociación nudista de Bogotá.Jejejejejeje Un abrazo y muchos éxitos. Intentaré acompañarlos en el parto de este hermoso sueño.
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