Metodología para cazar promesas
Oscar Corzo
La mejor arma para cazar promesas es una red para mariposas. Quien no me crea y suponga que mi arma de casería es ineficaz debería estudiar mejor la anatomía de las promesas. Si no las conoce, bueno ¡debería avergonzarse! ¿Cómo puede ir por la vida sin distinguir las promesas falsas de las verdaderas? Pero descuide; pensando en personas como usted escribo esta metodología. Es mi deseo ilustrarle. Escúcheme bien; no repetiré nada. Anote en su libreta. Suelen tener, bajo el caparazón azul, un par de alas guardadas, que se pliegan casi hasta el límite de sus ocho patas. El único equivalente para semejantes alas son las de la mariposa. Sin ser exactamente iguales, se parecen bastante, salvo por las plumas en la parte superior y las escamas inferiores, que como sabrá, no las tienen las alas de las mariposas. Las promesas nacen con facilidad, pero agarrarlas en pleno vuelo suele considerarse una tarea titánica. Algunas (las más hermosas) se marchitan demasiado pronto. Dicen que las promesas verdaderas se marchitan aún más rápidamente. Acostumbro a coleccionar promesas como pasatiempo. A veces las estudio. Sé que tienen su taxonomía propia, pero la documentación es escasa. Todo lo que sé tuve que aprenderlo todo por mí mismo. En el principio nunca supe cuáles eran falsas o cuáles verdaderas (digamos, para simplificar, que esta distinción es única en la especie y que su división homologa en los demás seres vivos es lo masculino y lo femenino, sin ser exacto catalogarles en un solo género). Las promesas falsas siempre son hermosas, estrafalarias, pero en realidad su valor disminuye al ser muy comunes. A veces pareciese que solo existen estas, y que las otras son míticas, pero no es así. Lo sé. Mi teoría es que falsas y verdaderas se necesitan para existir. ¡Pero si usted comprendiera la escasez de promesas verdaderas! Pensaría entonces que mi modesta tarea de estudioso es estúpida, y tal vez tenga razón. Creo conocer a todos los cazadores de promesas de la ciudad. Ninguno ha cazado jamás una promesa verdadera. Alguna vez creí hacerlo, y fue, como dije al principio, en el centro de la ciudad. Paseaba yo con mi red junto a la Plaza de Bolívar. Caminaba en dirección al sur. Junto a la catedral privada vi un feo gusano. Al principio me compadecí de él y quise llevarlo a un sitio seguro, pero al levantarlo y verlo más cerca descubrí que en realidad era una promesa sin alas. ¡Una promesa sin alas! No sé por qué llegué a esa conclusión si en realidad jamás había visto una equivalente, pero en sí, era extraña. Tenía muy mal aspecto. Pensé que si las promesas falsas eran hermosas y ágiles al volar, en contraposición, las verdaderas serían feas, babosas y gordas. Metí al gusano en mi pequeño porta insectos y seguí mi camino. Pero no me creerá; ¡encontré otra promesa verdadera, otro gusano repugnante junto a la Casa de Nariño! Lo primero que pensé fue “este es mi día de suerte” y luego, me resultó inevitable dudar de lo irrepetible de mi descubrimiento. Tomé este nuevo gusano que era un poco más repugnante que el anterior y también lo metí en mi porta insectos. Decidí llevarlos a la sociedad de estudio taxonómico de las promesas, junto a la Universidad Nacional. Aunque tenía miedo, quise alardear un poco. Decirles, “he encontrado dos especímenes de lo que ustedes han buscado por años” en realidad no me importaba equivocarme. Solo deseba ver sus rostros y su momentánea admiración. Lastimosamente, cuando luego de hora y media de caminata, por fin llegué y les hablé, el suspenso que yo deseaba fue remplazado por un inescrupuloso escepticismo. Ellos estaban pensando ya declarar su búsqueda de la promesa real una tarea baldía e inútil. Les dije; esperen, no teman, encontré las verdades genuinas, las promesas más extrañas de todas. Abrí mi porta insectos. Y a que no imaginan lo que encontramos. Dos feas promesas falsas, con alas cafés que apestaban a estiércol. Habían cagado todo dentro de mi porta insectos y ahora volaban, con una lamentable y terrible mediocridad. En realidad apenas y podían volar. Terminaron muriendo frente a la escéptica mirada de los estudiosos, que al ver mi porta insectos, todo lleno de estiércol, no pudieron evitar su carcajada. Lo que obtuve a la final fueron golpecitos de compasión en mi hombro. Me dijeron; “descuida, no tienes el mérito de encontrar la única promesa verdadera en nuestra investigación, pero al menos, será irrefutable tu mérito de encontrar las promesas más espantosas de la historia” observé con tristeza mis dos gusanos muertos, portadores, a pesar de su minúsculo tamaño, de una inmensa cantidad de estiércol. Al parecer, además de feos y repugnantes, resultaron alérgicos a las miradas demasiado inquisitivas.
Ayer me llamaron del centro de estudios para comunicarme que cerrarían el capítulo de búsqueda, y publicarían una conclusión en la que afirman que la contraparte sexual de las promesas falsas nunca han sido las verdaderas, si no los hechos, unas feas piedras con cuatro patas que a veces golpean a los desprevenidos, pero a mí aquella declaración me parece necia, tonta, y totalmente carente de lógica. ¿Cómo desconocer la tendencia universal de los opuestos que posee el universo? Yo les contesté, digan lo que quieran, a mí no me importa, yo continuaré caminando con mi red para mariposas, y un día, señores, un día, llegaré a sus casas, y muy felizmente les restregaré en la cara una promesa verdadera, así sea la única y la última que quede en todo el universo.
—¿Es una promesa? —me preguntó, inicialmente.
—¡Sí! ¡Es una promesa! —le grité.
El muy desgraciado no contuvo la risa y se burló de mí. ¿Qué opción me quedaba? Ante tamaña grosería no tuve más alternativa que tirarle el teléfono.
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