C R I A T U R A S V O L A D O R A S ( P O P U P 2 )
Andrea Salgado
en el siglo XXI
hasta los insectos
parecen haberse resignado
al goce plástico
aparentemente la sobrepoblación
causó incremento
en la producción de flores artificiales
y muñecas inflables
entre otros sustitutos del hambre
sin embargo la tecnología de lo falso no ha logrado
perfeccionar la satisfacción
las abejas se alejan orgásmicas llorando lágrimas de Splenda
Tarde de verano con Holly Golightly
Jeffry Esquivel
Comienza con Holly Golightly cantando On the fire.
Comienza con sol y sin un destino fijo.
Comienza con rayos de sol pasando entre los árboles.
Y la melancolía y el dolor de la voz de Holly revolviéndote las entrañas, porque sus palabras son tus palabras, porque ella entienda esta tarde solitaria.
Después de unas cuadras algo aparece, uno de esos detalles que te sacan un sonrisa, un gato que se te acerca, una sonrisa inesperada, una palabra exacta, cualquier cosa, alguien que te saluda en la calle, y todo parece ser hermoso y tener sentido, y piensas que no estás solo, que siempre hay algo.
Luego sigues tu camino y cuentas hasta tres, uno, dos y tres, y estas solo de nuevo, y sigues sin saber a dónde ir, pero no quieres ir a casa. El sol está brillando.
Y miras al cielo y recuerdas las palabras y todas las cosas que han quedado atrás.
Y piensas y le das vuelta otra vez, y otra vez, y no vas a ningún lado.
Y dices: Si tan solo hubiera empezado diferente a lo mejor no estaría caminando solo, si lo hubiéramos intentado de verdad, sin mentiras, sin engaños, sin esconderse, todo hubiera sido diferente.
Y vienen los recuerdos y vez que todo fue un engaño, que la mentira siempre daño todo, que todo se hizo mal, y duele porque querías hacerlo bien, pero la mentira consume todo.
Y maldices, y dudas de todo, y sientes un vacío tan profundo como el fondo del mar. Y el sol brilla más que antes.
Y quieres llamar pero sabes que te va a doler, y que eres una hoja del pasado.
Y que es muy tarde para cualquier cosa.
Y vuelves al inicio, a que si todo hubiera empezado sin mentiras y cuando te das cuenta, la tarde se ha terminado y estás lejos de casa.
Metodología para cazar promesas
Oscar Corzo
La mejor arma para cazar promesas es una red para mariposas. Quien no me crea y suponga que mi arma de casería es ineficaz debería estudiar mejor la anatomía de las promesas. Si no las conoce, bueno ¡debería avergonzarse! ¿Cómo puede ir por la vida sin distinguir las promesas falsas de las verdaderas? Pero descuide; pensando en personas como usted escribo esta metodología. Es mi deseo ilustrarle. Escúcheme bien; no repetiré nada. Anote en su libreta. Suelen tener, bajo el caparazón azul, un par de alas guardadas, que se pliegan casi hasta el límite de sus ocho patas. El único equivalente para semejantes alas son las de la mariposa. Sin ser exactamente iguales, se parecen bastante, salvo por las plumas en la parte superior y las escamas inferiores, que como sabrá, no las tienen las alas de las mariposas. Las promesas nacen con facilidad, pero agarrarlas en pleno vuelo suele considerarse una tarea titánica. Algunas (las más hermosas) se marchitan demasiado pronto. Dicen que las promesas verdaderas se marchitan aún más rápidamente. Acostumbro a coleccionar promesas como pasatiempo. A veces las estudio. Sé que tienen su taxonomía propia, pero la documentación es escasa. Todo lo que sé tuve que aprenderlo todo por mí mismo. En el principio nunca supe cuáles eran falsas o cuáles verdaderas (digamos, para simplificar, que esta distinción es única en la especie y que su división homologa en los demás seres vivos es lo masculino y lo femenino, sin ser exacto catalogarles en un solo género). Las promesas falsas siempre son hermosas, estrafalarias, pero en realidad su valor disminuye al ser muy comunes. A veces pareciese que solo existen estas, y que las otras son míticas, pero no es así. Lo sé. Mi teoría es que falsas y verdaderas se necesitan para existir. ¡Pero si usted comprendiera la escasez de promesas verdaderas! Pensaría entonces que mi modesta tarea de estudioso es estúpida, y tal vez tenga razón. Creo conocer a todos los cazadores de promesas de la ciudad. Ninguno ha cazado jamás una promesa verdadera. Alguna vez creí hacerlo, y fue, como dije al principio, en el centro de la ciudad. Paseaba yo con mi red junto a la Plaza de Bolívar. Caminaba en dirección al sur. Junto a la catedral privada vi un feo gusano. Al principio me compadecí de él y quise llevarlo a un sitio seguro, pero al levantarlo y verlo más cerca descubrí que en realidad era una promesa sin alas. ¡Una promesa sin alas! No sé por qué llegué a esa conclusión si en realidad jamás había visto una equivalente, pero en sí, era extraña. Tenía muy mal aspecto. Pensé que si las promesas falsas eran hermosas y ágiles al volar, en contraposición, las verdaderas serían feas, babosas y gordas. Metí al gusano en mi pequeño porta insectos y seguí mi camino. Pero no me creerá; ¡encontré otra promesa verdadera, otro gusano repugnante junto a la Casa de Nariño! Lo primero que pensé fue “este es mi día de suerte” y luego, me resultó inevitable dudar de lo irrepetible de mi descubrimiento. Tomé este nuevo gusano que era un poco más repugnante que el anterior y también lo metí en mi porta insectos. Decidí llevarlos a la sociedad de estudio taxonómico de las promesas, junto a la Universidad Nacional. Aunque tenía miedo, quise alardear un poco. Decirles, “he encontrado dos especímenes de lo que ustedes han buscado por años” en realidad no me importaba equivocarme. Solo deseba ver sus rostros y su momentánea admiración. Lastimosamente, cuando luego de hora y media de caminata, por fin llegué y les hablé, el suspenso que yo deseaba fue remplazado por un inescrupuloso escepticismo. Ellos estaban pensando ya declarar su búsqueda de la promesa real una tarea baldía e inútil. Les dije; esperen, no teman, encontré las verdades genuinas, las promesas más extrañas de todas. Abrí mi porta insectos. Y a que no imaginan lo que encontramos. Dos feas promesas falsas, con alas cafés que apestaban a estiércol. Habían cagado todo dentro de mi porta insectos y ahora volaban, con una lamentable y terrible mediocridad. En realidad apenas y podían volar. Terminaron muriendo frente a la escéptica mirada de los estudiosos, que al ver mi porta insectos, todo lleno de estiércol, no pudieron evitar su carcajada. Lo que obtuve a la final fueron golpecitos de compasión en mi hombro. Me dijeron; “descuida, no tienes el mérito de encontrar la única promesa verdadera en nuestra investigación, pero al menos, será irrefutable tu mérito de encontrar las promesas más espantosas de la historia” observé con tristeza mis dos gusanos muertos, portadores, a pesar de su minúsculo tamaño, de una inmensa cantidad de estiércol. Al parecer, además de feos y repugnantes, resultaron alérgicos a las miradas demasiado inquisitivas.
Ayer me llamaron del centro de estudios para comunicarme que cerrarían el capítulo de búsqueda, y publicarían una conclusión en la que afirman que la contraparte sexual de las promesas falsas nunca han sido las verdaderas, si no los hechos, unas feas piedras con cuatro patas que a veces golpean a los desprevenidos, pero a mí aquella declaración me parece necia, tonta, y totalmente carente de lógica. ¿Cómo desconocer la tendencia universal de los opuestos que posee el universo? Yo les contesté, digan lo que quieran, a mí no me importa, yo continuaré caminando con mi red para mariposas, y un día, señores, un día, llegaré a sus casas, y muy felizmente les restregaré en la cara una promesa verdadera, así sea la única y la última que quede en todo el universo.
—¿Es una promesa? —me preguntó, inicialmente.
—¡Sí! ¡Es una promesa! —le grité.
El muy desgraciado no contuvo la risa y se burló de mí. ¿Qué opción me quedaba? Ante tamaña grosería no tuve más alternativa que tirarle el teléfono.
Una furtiva lágrina
Isaías Peña Gutiérrez
“… otro silencio
impulsa el corazón hacia la gota…”
Los cuatro elementos, Manuel Hernández
El niño corre sobre la sabana sin ningún abrigo, desnudo, feliz. Se ha escapado de los padres que, ahora, preparan el café con leche y los dos panes de yuca, el desayuno. De pronto, tropieza y cae sobre la yerba entrapada por el rocío de la mañana. Rueda por los montículos, se viste de agua, y con sus manos y sus pies juega con ella.
En la tarde que comienza, con el sol que se mete por la puerta, llega a su casa cansado. Bota su camisa en el espaldar del asiento de madera, se acomoda en la mecedora y le pide a su mujer un vaso de agua. Ella le trae, en su lugar, un vaso de tamarindo bien frío. Pero antes le pasa a la mano un bloquecito de hielo. Él lo suspende a cuarta y media de su boca abierta y espera que se desgaje una gota fría. Cae. Lo invade.
El olor se ha extendido por las calles de la ciudad. La niña va a la tienda con la cara envuelta en un pañuelo. También su hermanito. Otros se ponen unas máscaras blancas, parecen todos enfermeros. El olor putrefacto penetra casas y edificios. La radio amenaza con la peste. Se llenan las iglesias, no más sequía, gritan los creyentes; los ateos se encierran en sus casas. La señora del piso 37 no sale hace tres meses. El olor se pega en las paredes y en el sueño se convierte en un celofán que los ahoga a todos. De pronto, la niña que desfallece, sorprendida por el ruido que ha escuchado en la azotea, le pregunta a su mamá:
-¿Qué sonó?
-¡Una gota! ¡Una gota de agua! ¡Ya viene el aguacero! –contesta ella, la imagen renaciendo en la memoria seca.
Se ha quedado mirando la punta del bisturí con que lo han picado. Le han dicho que con ese examen podrán saber si padece o no de diabetes. Y él le ha preguntado a la enfermera si con una sola gota basta.
-Con una gota –repite ella.
Y él no piensa que sin esa única y sola gota, jamás sabrían diagnosticar la causa de su muerte.
Levanta la botella contra su garganta, la frota en medio de las carcajadas de sus amigos, dice, casi ahogándose, unos refranes que ritualizan la posible caída de la última gota de licor, y espera un instante. La luz del amanecer atraviesa los ventanales. Se cuela por el vidrio de la botella. La gota no aparece.
Castilla/Bavaria, febrero de 2008
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