Escalera al suelo
Juan de Dios Sánchez Jurado.
Propones un paisaje, lo deambulo, un rosario de cuentas intermitentes, interminable. La
ciudad, la calle, la gran vitrina, el gran hocico con dientes de plástico mordiéndome los
talones. Su aullido vicioso anunciando luz verde, luz verde, luz verde y decir no sería
demasiado alternativo, optar por un aullido distinto me pondría al margen de ser una
rama rota, un eslabón perdido, un intento fallido de revolución unipersonal, ten-ta-ti-va.
Dejarse tentar, cargar un par de diablillos en cada hombro aconsejando locuras, delirio
de persecución/delirio de persecución/just cos you feel it, doesn´t mean it´s there.
Habrá siempre un anuncio, una pantalla, un grafiti, confeccionando sus deseos a manera
de órdenes y quién mejor para cumplirlas, ¿yo?, aunque me resista, ¿yo?, romper con el
dedo índice la llama de una vela, mirar al cielo y embobarse con el trayecto de un avión,
o la promesa en la valla publicitaria garantizando la felicidad en-un-par-de-zapatos.
Trato de remar hacia el lado contrario de la sugerencia, de la su-gerencia, del there's
someone on your shoulder gerenciando una diablura, un billete, una ilusión, un
segundo. El tiempo es una golosina con quilates, y quien no tiene televisor no sabe,
no pierde, el resto es angustia, delirio de per-se-cu-ción. Al alcance de la mano está
la felicidad o al contrario. Tú, pequeña ave, corazón con plumas, remojado, un latido
ensortijado en una melodía de auxilio, luz verde, luz verde, luz vitrina, gran hocico,
grillete de lujo, luego arrastro, luego existo.
Finalmente calzado, asombrosamente los cordones, fiera domesticada acurrucada en
un rincón, tranquila, un par de gomas cubriendo sus pesuñas, viviendo la emoción
del tiempo limitado, de la golosina con quilates, de respirar un alivio apunto de
caducar, barrido por las cerdas de la escoba nueva, ignorante del camino a la adicción,
pavimentándolo de poquitas concesiones.
Propones un paisaje, lo deambulo, un rosario de cuentas intermitentes, interminable. La
ciudad, la calle, la gran vitrina, el gran hocico con dientes de plástico mordiéndome los
talones. Su aullido vicioso anunciando luz verde, luz verde, luz verde y decir no sería
demasiado alternativo, optar por un aullido distinto me pondría al margen de ser una
rama rota, un eslabón perdido, un intento fallido de revolución unipersonal, ten-ta-ti-va.
Dejarse tentar, cargar un par de diablillos en cada hombro aconsejando locuras, delirio
de persecución/delirio de persecución/just cos you feel it, doesn´t mean it´s there.
Habrá siempre un anuncio, una pantalla, un grafiti, confeccionando sus deseos a manera
de órdenes y quién mejor para cumplirlas, ¿yo?, aunque me resista, ¿yo?, romper con el
dedo índice la llama de una vela, mirar al cielo y embobarse con el trayecto de un avión,
o la promesa en la valla publicitaria garantizando la felicidad en-un-par-de-zapatos.
Trato de remar hacia el lado contrario de la sugerencia, de la su-gerencia, del there's
someone on your shoulder gerenciando una diablura, un billete, una ilusión, un
segundo. El tiempo es una golosina con quilates, y quien no tiene televisor no sabe,
no pierde, el resto es angustia, delirio de per-se-cu-ción. Al alcance de la mano está
la felicidad o al contrario. Tú, pequeña ave, corazón con plumas, remojado, un latido
ensortijado en una melodía de auxilio, luz verde, luz verde, luz vitrina, gran hocico,
grillete de lujo, luego arrastro, luego existo.
Finalmente calzado, asombrosamente los cordones, fiera domesticada acurrucada en
un rincón, tranquila, un par de gomas cubriendo sus pesuñas, viviendo la emoción
del tiempo limitado, de la golosina con quilates, de respirar un alivio apunto de
caducar, barrido por las cerdas de la escoba nueva, ignorante del camino a la adicción,
pavimentándolo de poquitas concesiones.
Decreto
Alexander Ríos
Por el cual el Gobierno Nacional, en ejercicio de sus facultades
constitucionales decreta que:
Las personas cuyo número de cédula termine en 1 y 2, no podrán salir a la
calle el día lunes.
Las personas cuyo número de cédula termine en 3 y 4, no podrán salir a la
calle el día martes.
Las personas cuyo número de cédula termine en 5 y 6, no podrán salir a la
calle el día miércoles.
Las personas cuyo número de cédula termine en 7 y 8, no podrán salir a la
calle el día jueves.
Las personas cuyo número de cédula termine en 9 y 0, no podrán salir a la
calle el día viernes.
Comuníquese y cúmplase.
Por el cual el Gobierno Nacional, en ejercicio de sus facultades
constitucionales decreta que:
Las personas cuyo número de cédula termine en 1 y 2, no podrán salir a la
calle el día lunes.
Las personas cuyo número de cédula termine en 3 y 4, no podrán salir a la
calle el día martes.
Las personas cuyo número de cédula termine en 5 y 6, no podrán salir a la
calle el día miércoles.
Las personas cuyo número de cédula termine en 7 y 8, no podrán salir a la
calle el día jueves.
Las personas cuyo número de cédula termine en 9 y 0, no podrán salir a la
calle el día viernes.
Comuníquese y cúmplase.
La fucking paranoia
Andrés Hurrible
de estar sentado en una silla dentro del bus tratando de concentrarme en la música del mini iCoso, evitando mirar tras los cristales la miseria concentrada en su supervivencia, sabiendo que con en la mínima oportunidad se subirán cinco hijosdeputa con cuchillos y posiblemente un tote a esculcarnos a todos con sutil y elegante violencia en plena euforia de coca más o menos fina. Por suerte un soldado, artillero de dos rayas >> y antorcha dentro de una C se sube al busesito este no tan destartalado y me ofrece una bala de oxígeno.
de estar sentado en una silla dentro del bus tratando de concentrarme en la música del mini iCoso, evitando mirar tras los cristales la miseria concentrada en su supervivencia, sabiendo que con en la mínima oportunidad se subirán cinco hijosdeputa con cuchillos y posiblemente un tote a esculcarnos a todos con sutil y elegante violencia en plena euforia de coca más o menos fina. Por suerte un soldado, artillero de dos rayas >> y antorcha dentro de una C se sube al busesito este no tan destartalado y me ofrece una bala de oxígeno.
6:43
Oswaldo Guevara Méndez
[…] asómate por la ventana, querida,
y observa la última hoja de hiedra contra el muro.
La última hoja
O. Henry
EL URAPÁN suelta la última hoja mientras un chiquillo le esconde el palo de escoba, transformado en caballo, al hermano menor quien desperdiga, con berrinches y en un escalón, las gomas ofrecidas una a doscientos, tres por quinientos, siete en mil, en buses o ejecutivos hartos de personas con maletines, bolsos y mochilas cruzadas al pecho evitando un chalequeo imposible de evitar si el de gorra anda con suerte, tranquilo, que después va y trueca por siete panes con queso, media panela y la bolsa de leche para la mañana o esa misma noche cuando termina de laborar y regresa en colectivo, cebollero, trasmi con su morral, gorra, sudor y miradas a la mamá de los chiquillos con bolsas medio llenas de gomas que van riéndole a la mujer, ojos rojos, aburrida por su último jornal, la liquidación, y mira a los dos chicos sin el palo/caballo que reposa entre el sardinel y la alcantarilla de donde sale una rata valiente en busca de bazofia o de un grumo de pan del perro caliente sin piña y un vaso de gaseosa pedido desde un taxi todo amarillo y placas y radioreceptor escupiendo direcciones y palabras como Alfa o Colombia que recoge a un hombre zapatos negros y lo suelta en una zona de piernas, amantes, tetas de género ambiguo y sexo seguro mas no seguro esquinas abajo del palo/caballo descubierto y trozado por un viejo sólo barba, mugre, soledad que arranca a golpear las llantas de los buses o taxis con la cabeza del caballo y a esperar la moneda, el billete o la excusa para el chute después de reírse del chofer o del peatón de corbata, temor y zapatos negros quien lo presume armado y se siente paranoico luego de despedir a la de ojos rojos que va con cara de yonofuí a contar la mala noticia a un niño recordado por los del palo/caballo y al del taxi que duplica su labor desde esa noche y tranquiliza a la mujer con lágrimas ocultas de puro orgullo al recoger los pocillos de la junta del paranoico de zapatos negros que camina hacia la avenida buscando un taxi que por culpa del afán, la restricción y la necesidad de salir a divertirse antes de llegar donde la esposa que habla por celular con el amante que dicta clase de ecología y se monta en el ejecutivo, mochila cruzada y arrebujada, de frente al de gorra y morral quien sospecha imposible esa vuelta pero segura con el paranoico de zapatos negros que transita la calle.
Del urapán y de su última hoja ninguno se enteró.
Rebusque
Luisa Fernanda Trujillo
hurga los escombros
abandona el polvo de cemento
que habita en los ladrillos
recoge sus astillas
colecciona el brillo inmortal de las varillas
sacude los agüeros
rehace lo deshecho
y con olfato de sabueso
vuelve y arma el mapa
de su existencia
cava
cava hasta librar la vida
hasta engordar sus callos
que vende
al por mayor
Habitación 504
Jerónimo García Riaño
Las luces artificiales golpeaban el oscuro cielo haciéndolo llorar en mil colores -esas lágrimas contrastaban con los rostros asombrados de aquellos que observábamos el espectáculo-. La gente cruzaba sus emociones en fuertes abrazos combinados con llanto y alegría, eran verdaderos abrazos: acercaban los pechos y las mejillas.
Las calles parecían serpientes grises tatuadas de rojo, verde y blanco, que emanaban de su piel el vapor de una noche sudorosa. Las casas parpadeaban sus ojos a través de las ventanas, y la música tenía una silueta en forma de parranda. Los niños jugaban alegres entre los árboles que, sorprendidos por esa noche diferente, compartían el bullicio de la vida. Mujeres traían comida y hombres bebían sin parar, luego comían para espantar alucinaciones. El ding dong de las campanas de la iglesia marcaba el compás de la noche de los abrazos. La muerte, en forma de fuego, se apoderaba de un hombre de trapo que, después de algunos segundos, gritaba su triste agonía al son de un tac... tac... tac... tac...pum. El cielo seguía llorando mil colores.
El viejo Miguel acercó su silla de ruedas a nuestra ventana para ver en una sola foto aquellas emociones de los hombres. Su máscara de oxígeno le estorbaba en los ojos y se la quitó. Yo apoyaba mis brazos con dificultad sobre el marco de la ventana para no caerme, la fuerza de mis piernas se tornó insuficiente para sostenerme por mí mismo.
-Don Miguel, no quedó de otra –le dije.
-Si, compañero… Estoy de acuerdo –me dijo con la mirada fría.
Entonces lo abracé, entonces me abrazó. El sujetaba mi débil y frágil cintura, y yo rodeaba su cuello con mis brazos.
-Feliz año nuevo, don Miguel.
-Feliz año, joven.
Luego nos soltamos y me dijo:
-Lástima que en este hospital no sirvan vino.
El vendedor de paraguas
René Segura
Siempre que llovía salía un vendedor de paraguas a la calle, exactamente a la plaza principal de una pequeña ciudad. En medio de la lluvia gritaba y ofrecía sus paraguas, pero apenas terminaba la lluvia se marchaba a su casa.
Un día en plena lluvia un hombre le dijo:
—Siempre he visto que cuando llueve vende usted sus paraguas y al dejar de llover los recoge y se va ¿por qué lo hace?
El vendedor contestó:
—Las personas solo deberían comprar paraguas cuando llueve. ¿Qué sentido tendría venderlos o comprarlos cuando no llueve?
Y continuó vendiendo paraguas en la mitad del pueblo y de la torrencial lluvia.
Un claro
PedaleandoescribO
Naturalizamos todo tanto que al final se volvió lo normal.
Ciudad carente de árboles que desparrama cemento en cada acera.
Montones de estrellas tapadas por tanto edificio.
En nuestros cuerpos, los vicios
Que nos venden con avisos
Que nos vuelven más sumisos
A la tele, a los diarios
A que otro se haga cargo
Postergarnos las sonrisas los hace fuertes en su orden
Reírnos libres es cuestión de todos los días, fomentando el desorden
Desobedeciendo tanto poder pautado, de trabajo diario
De soldados asalariados
Nos corremos a un costado a mirar de otra forma el asunto
Creando y propagando nuevas formas para lograr nuevos rumbos
Naturalizamos todo tanto que al final se volvió lo normal.
Ciudad carente de árboles que desparrama cemento en cada acera.
Montones de estrellas tapadas por tanto edificio.
En nuestros cuerpos, los vicios
Que nos venden con avisos
Que nos vuelven más sumisos
A la tele, a los diarios
A que otro se haga cargo
Postergarnos las sonrisas los hace fuertes en su orden
Reírnos libres es cuestión de todos los días, fomentando el desorden
Desobedeciendo tanto poder pautado, de trabajo diario
De soldados asalariados
Nos corremos a un costado a mirar de otra forma el asunto
Creando y propagando nuevas formas para lograr nuevos rumbos
El tonto del paseo
Santiago Cubides Gutiérrez
En Cuanajo, estado de Michoacán, hay una calle para ir pero no para venir y hay niñas y niños que juegan al “tonto del paseo”. El juego consiste en escoger y mandar por la calle al más tonto, que se va y, como es una calle para ir pero no para venir, nunca vuelve.
El tradicional juego se remonta a los orígenes del pueblo. En aquel tiempo se trataba de una contienda entre el grupo de los niños y el grupo de las niñas. Así, mutuamente, jugaban al “tonto del paseo”. Con los años el juego se complicó, y los dos grupos, con sus inquietudes y abrumados por el tedio, decidieron modificar las reglas del juego; cambios a los que nadie se interpuso y reglas que han ido cambiando a lo largo del tiempo. Hoy en día el juego consiste en elegir a los turistas incautos y con caras de tonto y, con señas erróneas, hacer que se desvíen calle adentro. Hecho que provoca en los niños sobresalto y euforia. Cuando un niño llega a su casa, se puede ver su entusiasmo. No más abrir la puerta dice mamá seis, y su madre, que antaño jugaba, entiende y lo celebra con sopa de papa y un biscochito.
En vacaciones se van a la boca, en la esquina toman helado y esperan con impaciente paciencia. Entonces llegan los otros con sus vestiditos fulgurantes que los delatan y los niños con regocijo contenido juegan al “tonto del paseo”.
Llegado el momento exacto dan las señas con sus deditos afilados y mandan al turista que se va, calle abajo, y no regresa nunca. Entonces los niños sonríen, saltan y bailan y dan gritos de alegría.
En Cuanajo, estado de Michoacán, hay una calle para ir pero no para venir y hay niñas y niños que juegan al “tonto del paseo”. El juego consiste en escoger y mandar por la calle al más tonto, que se va y, como es una calle para ir pero no para venir, nunca vuelve.
El tradicional juego se remonta a los orígenes del pueblo. En aquel tiempo se trataba de una contienda entre el grupo de los niños y el grupo de las niñas. Así, mutuamente, jugaban al “tonto del paseo”. Con los años el juego se complicó, y los dos grupos, con sus inquietudes y abrumados por el tedio, decidieron modificar las reglas del juego; cambios a los que nadie se interpuso y reglas que han ido cambiando a lo largo del tiempo. Hoy en día el juego consiste en elegir a los turistas incautos y con caras de tonto y, con señas erróneas, hacer que se desvíen calle adentro. Hecho que provoca en los niños sobresalto y euforia. Cuando un niño llega a su casa, se puede ver su entusiasmo. No más abrir la puerta dice mamá seis, y su madre, que antaño jugaba, entiende y lo celebra con sopa de papa y un biscochito.
En vacaciones se van a la boca, en la esquina toman helado y esperan con impaciente paciencia. Entonces llegan los otros con sus vestiditos fulgurantes que los delatan y los niños con regocijo contenido juegan al “tonto del paseo”.
Llegado el momento exacto dan las señas con sus deditos afilados y mandan al turista que se va, calle abajo, y no regresa nunca. Entonces los niños sonríen, saltan y bailan y dan gritos de alegría.
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